Castrortega ha vuelto

TOMÁS PAREDES – AICA Spain / AECA

Pedro Castrortega, el simbolista, el gran colorista, el poeta de los dedos de alcohol, ha vuelto por dónde solía brillar, con fulgores silentes, pero potentes, consecuentes, deslumbrantes, impactantes. Con rubro TIEMPO ROTO, en las salas de exposiciones de la Casa del Reloj, Paseo de la Chopera, antesala de Matadero, se exhibe un conjunto de obra excepcional, propuesta comisariada por Jesús Cámara.

No es que estuviera desaparecido, o desorientado, pues antes del destrozo del virus expuso en Lisboa y en París con éxito; estos dos años de encierro forzado han trastornado nuestros hábitos y encuentros, nos han desencontrado. Pero, el siguió trabajando, a pesar de la oscuridad de los tiempos, y desarrollando ese orbe fantástico y hechicero, que le identifica. 

Se trata de una suite de “seres inverosímiles a los que hace vivir según las leyes de lo verosímil”, como dijera de su propia obra Odilón Redon. Cruces, flores con ojos, lechuzas esponjosas, lobos-medusas, pájaros marinos, casas que vuelan, anémonas, aves-peces, jabalíes negros, perros azules, elefantes en jaulas, lechuzas somnolientas, desnudos siderales, brujas caprinas sobre una escoba…Fascinante, una fiesta alucinante “en cualquier parte fuera del mundo”, como concibió Poe, Edgar Alan Poe, el poeta del sonido de las sombras.

«Todos los cielos se mueven», 2022, mixta/lino. 560x200cm. Castrortega

Castrortega, en esta entrega de obra reciente, que liga al tiempo de pandemia y a las pérdidas humanas, alguna tan cercana como la de su padre, despliega su repertorio de imágenes y técnicas para conseguir unas piezas atractivas, ejemplos de la gran pintura simbolista, tan escasa entre nosotros, pero tan floreciente en otras latitudes. 

Aquí, con ferviente claridad, hace visibles sus obsesiones y querencias, lo quimérico y lo grotesco, y presenta estos debates del sueño como una esplendorosa realidad. Castrortega es un pintor naturalista, no por su reflejo del natural, sino por estar pegado a la naturaleza, aquí está aquel mundo de los ochenta de sus collages salvajes y fieramente humanos. Y está su coté extravagante, místico, donde funde la realidad y la fuerza de lo onírico, su exquisita sensibilidad y lo ancestral, la meguez y la navaja que corta el aire de la herida, el vuelo de la nube, la nave donde navegan los ilegítimamente desheredados. 

La fauna se transforma en flora, los jardines en mares, los cielos en paisajes donde corren los canes boca abajo, braman los ciervos en una berrea originaria y cantan las esponjas en colores jalde, verde, azules, bistre. Surrealizante, como el desconsuelo, pero siempre barajando los símbolos en un mensaje abismal, profuso, intenso, hermoso, mágico.

Pedro Castrortega viene de los dictados del dibujo, llegó de un mundo rural, que metaboliza y metamorfosea, para convertirse en un chaman de las formas, que dialogan con el color, que siempre alza la voz, como un desplante. Se inició dando sentido a las sensaciones y fue buscando una figuración biomórfica para acabar en este aquelarre de emociones y sorpresas. 

No es un pintor de oficio, aunque esté bien formado, busca denodadamente la belleza y la tensión entre lo escondido y lo manifiesto. Experimenta, araña, acaricia, ahonda en busca de la flor escondido del prodigio. Lorquiano y enamorado del prodigio, sabe que el duende se esconde en los pliegues del misterio y ahí, zahorí de espumas y cipreses, lo persigue y lo encuentra. Pintor, escultor, grabador, poeta, es autor de perspicaces audacias en forma de libro de artista: Pétalos para el fuego, Frambuesa y el erotismo, Don Quijote traicionado, Alcohol de alfileres…

Las plantas sol, los cuerpos luna, la sonrisa de las aguas y el eco de los días se ordenan y desordenan en una orgía cromática y mistérica, convocada por la magia de su sentido de la composición y de su sentimiento del espacio. Son escenas de un libro grandioso donde se dan cita el hombre y su imaginación, la cruda realidad y la fantasía, el dolor y el amor, lo lúdico y la ambición de encontrarse y descubrirse desnudo en un paraíso de alhucema.

«El gran incendio»., 2021,  230x200cm., Castrortega

Los fondos claros han dado paso a unos espacios densos, fluidos, en los que el musgo del deseo se abraza a los azules de océanos imprevistos, ignotos, habitados por la vida y por la gracia. Aúlla el tiempo y los animales escuchan el mensaje, mientras los hombres pasan. Sólo algunos, atentos a la música emotiva del arcano, logran salir tocados por el perfume de su creatividad, por el rocío de su querencia, por la música expresionista de sus vivencias.

Castrortega se formó con Pedro Mozos y, desde ya, tuvo al dibujo por consigna. Fue Primer Premio Universitario de Pintura. Y Premio Blanco y Negro que a la sazón era una carta de naturaleza. Estuvo becado en Nueva York y París. Cuando muchos de sus colegas se separaron de lo pintura para matrimoniar con las modas, él se desposó con la pintura dando la espalda al vaivén del espectáculo. Y en eso anda, en la soledad del que se encuentra, como testimonia este trabajo envolvente, sugerente, excelente. 

No se entiende, o al menos yo no comprendo, que una exposición importante, grande, complicada de realizar como esta, se exponga solo durante veinte jornadas. El día de su inauguración, la Casa del Reloj era una fiesta de artistas, de caras conocidas, de amantes del arte, que no se verá muchas veces en ese espacio. Las buenas exposiciones van ganando con el boca a boca, necesitan duración. Con estos calores, con las distancias, con este ajetreo de Madrid, no es comprensible hacer el gran esfuerzo de exponer para un plazo tan efímero. En todo caso, gracias a Castrortega por hacernos partícipes de su solercia, su esplendor y su desasosiego.