DOS LENGUAJES PARA CELEBRAR EL ARTE. Exposición de Lorna Benavides y José Manuel Ábalos

BENITO DE DIEGO GONZÁLEZ – AICA Spain / AECA

La escultora costarricense Lorna Benavides y el pintor -y arquitecto- donostiarra José Manuel Ábalos, los dos afincados en la mediterránea Valencia, con su mar y su luz modulando las vivencias  y pulsiones artísticas de ambos creadores, presentan sus obras en la sala del Centro Cultural Nicolás Salmerón cuyas paredes, desde sus orígenes, han acogido importantes efemérides de notable repercusión en la vida cultural madrileña y ahora presenta esta exposición comisariada por la crítica de arte Manuela Ruiz Berrio.

Lorna Benavides, vocacional artista, expone una colección de esculturas, que son conjunciones de distintos materiales, (mármol, ónix, alabastro, …), de acuerdo con las texturas que cada una de las  partes de sus obras le exige, con el fin de obtener, en una visión holística, figuras armoniosas y de su más alta valoración estética. 

Son esculturas simbólicas, de estirpe surrealista, que irradian esencias hansarpianas en las sensuales y pulidas superficies, que, sustentadas por una palpitante filoginia, hacen referencia homológica a partes y funciones propias de la feminidad y de sus peculiares formas. Por ello son sugerentes de ideas y emociones, que estimulan la imaginación.

Como ya hemos dicho en otra precedencia, sus esculturas son, todas ellas, piezas bien resueltas y equilibradas, dotadas de armónica euritmia, cuando se contemplan en todos sus ángulos y perspectivas, pues las esculturas de Lorna Benavides se dibujan en el espacio con elegancia y voluptuosidad y una variedad cromática que ahonda su expresividad y su atractivo.

De José Manuel Ábalos tiene escrito Antonio Martínez Cerezo en el Diccionario de Artistas Españoles, que la máxima de este artista es “pintar casas con paredes de mar y techos de puro cielo”, y así es, en efecto, pues, como demiurgo que oficia sobre el altar ofrendario, rinde culto abundante a mares calmosos, sin tornasoles, iluminados por la luz mistérica de unos soles crepusculares y cielos multicolores, como solo en las ensoñaciones oníricas pueden darse.

Así se puede encontrar una de sus singulares marinas instalada en el lugar en donde debería de estar el espejo en el que, pintor, perro y modelos se miran, en el cuadro velazqueño, en la sala donde “las meninas” posan para Velázquez, visto por detrás por Ábalos. O bien, esos mares se desparraman fuera del lienzo y aun del caballete que el pintor dibuja, en multifacéticos, coloristas y luminosos torrentes pintados en falsos collages y en ocasiones con inacabadas pinceladas, en un totum revolutum armonioso.

Todo ello descubre a un espíritu y a un sentimiento profundamente surrealistas: Y es que Ábalos emite ecos emocionales de las mistagógicas pinturas de Magritte, pero con una fuerte personalidad propia ampliamente distintiva y reconocible.

Es el espíritu el que guía la mente de ambos artistas y la mente a las manos de la que esculpe y del que pinta, creando figuras y emociones, con las que se celebra el arte en la asociación de dos lenguajes distintos, pero miscibles y complementarios, que contabilizan como una excepción en cierta parte del mundo del arte decadente en ideas y en exigencias de excelencia.