Centenario de Álvaro Delgado

MONTSERRAT ACEBES DE LA TORRE – AICA Spain / AECA

Un análisis pausado y profundo sobre la vida y la obra de Álvaro Delgado me permitió acercarme al artista y su universo. La abundante documentación analizada, el entrar en contacto directo con sus estudios en Madrid, Navia y la Olmeda y recorrer junto a él aquellos lugares donde se fundamenta su obra, me facilitó conocer en su propio terreno tanto su faceta humana como artística. 

Álvaro Delgado Ramos nace el 9 de junio de 1922 en Madrid, en la calle de la Esperanza nº 15 y si como dice Ortega y Gasset (Velázquez,1959): “el oficio se decide en vista del panorama con que la existencia se nos presenta”, hay que reconocer que no lo tenía nada fácil. La Guerra Civil, que desde muy joven le tocaría vivir, será decisiva en ese camino hacia la pintura, a la que llega huyendo del acoso de una dura realidad. En principio, asiste a las clases de dibujo de estatua que se impartían en la Escuela de Artes y Oficios donde consigue el Premio Extraordinario en esta materia. Allí trabajó bajo la dirección del pintor Mariano Sancho, quien le recomienda matricularse en la escuela provisional de Bellas Artes, al frente de la cual estaba Vázquez Díaz, creador inconformista y culto que, a su regreso de París, se mostraba partidario de Cézanne, del cubismo y el rigor constructivo del cuadro, aspectos que permanecerán en el sustrato de la obra de Álvaro Delgado. En sus clases estableció amistad con Francisco San José, Carlos Pascual de Lara, Gregorio del Olmo, Martínez Novillo, Luis García Ochoa que, sin ser alumno, frecuentaba el lugar. Las dificultades del momento, la inseguridad y el miedo favorecieron la cohesión entre ellos. Álvaro Delgado se convertiría en el futuro impulsor del grupo para abordar nuevos proyectos. 

En 1939 cierra sus puertas la escuela provisional de Bellas Artes. Los estudios realizados durante la contienda no le fueron convalidados. Por aquellos días, Álvaro Delgado frecuentaba el estudio del escultor Aventín, donde conoce a Benjamín Palencia que iba a suponer la oportunidad de proyectar lo aprendido con Vázquez Díaz. Ambos maestros coincidían en un marcado antiacademicismo, amor a la tradición y en su interés por las vanguardias. En esos encuentros se gestará la continuidad de la Escuela de Vallecas, a la que perteneció. Hecho que cobra una importancia vital en la trayectoria artística de Álvaro Delgado como refugio, impulso y continuidad en su formación. Coprotagonista de los hechos, entre 1939-1942, su testimonio nos es muy valioso puesto que aporta luz sobre la actividad artística del Madrid de postguerra. En Vallecas aprende a entender el arte en contacto con la vida, proyectándose esta visión en toda su obra y particularmente en el paisaje castellano; además, de un acercamiento a la literatura, en particular a nuestros clásicos, a la generación del 98 y a los poetas de los primeros años del siglo XX. En realidad, lo que buscaban Álvaro Delgado y el grupo de jóvenes con los que había compartido enseñanzas, era seguir trabajando en libertad. Vieron en Benjamín Palencia la persona indicada, puesto que ya había sentido junto al escultor Alberto Sánchez, antes de la Guerra, los mismos deseos de renovación partiendo del amor a la pintura de Velázquez y en particular a la de El Greco. 

Tras abandonar Vallecas, Álvaro Delgado conoce en las tertulias del café Lyón, al que considera su tercer maestro, Pancho Cossío. De él admira la sensualidad con que trataba la materia dando a la obra un matiz poético. Algunos críticos también destacan, en esa generación, la presencia de Gutiérrez Solana en lo referente a la tendencia hacia la monocromía y un cierto acercamiento al expresionismo. El conjunto de todas esas enseñanzas constituye el pilar sobre el que se asienta «La Joven Escuela de Madrid», cuyo origen se remonta a la Exposición de Buchholz (1945) y de la que Álvaro Delgado es uno de los protagonistas.

 Interior del Café Lion (Madrid). Revista Cortijos y Rascacielos, 1931.

Lo que mantiene unidos a esos jóvenes artista, entre otros factores, era la dificultad para introducirse en el mundo artístico. Ante este reto, Eugenio d’Ors, a través de la Academia Breve de Crítica de Arte, supuso un importante apoyo permitiendo que la Escuela de Madrid estuviera presente en sus exposiciones. Concretamente, Álvaro Delgado fue seleccionado para el IV Salón de los XI con el apoyo de Eduardo Llosent, quien, además, le abre las puertas para que realice, en 1947, una exposición individual en el Museo Nacional de Arte Moderno, del que él era director, hecho que supuso su lanzamiento en el mundo artístico. Del mismo modo, durante la década de los cincuenta, las Bienales dan paso a sus componentes. Álvaro Delgado participa, en 1954, en II Bienal de Arte Hispanoamericano de La Habana, donde recibe el premio “Ciudad Santiago de Cuba”. No obstante, cuando iban salvando las dificultades, esa generación se ve sometida a la presión que ejerce la pintura abstracta tras el apoyo recibido en la Escuela de Altamira y en la Primera Bienal. En la Exposición de Mayer, 1959, el grupo se plantea el riesgo de permanecer juntos.

Es necesario reconocer el esfuerzo que llevaron a cabo los artistas de la Escuela de Madrid por desbancar el arte oficialista y por abrir el camino a las nuevas generaciones para que resurgieran las corrientes vanguardistas, truncadas por la Guerra Civil. Su generación, sin embargo, ha sido, en parte, injustamente silenciada. Se les asocia con una figuración tradicional, y la crítica, sin un análisis serio, la tacha de ser una pintura afín al franquismo, cuando varios artistas del grupo pertenecían a familias de tendencia izquierdista y habían sufrido desde diferentes ángulos la dictadura por esta causa. La acusación, en el caso de Álvaro Delgado, es infundada si se tiene en cuenta que es autor de las ilustraciones contra el Generalísimo que aparecieron en Pueblo cautivo, libro publicado por la FUE en 1946 de forma anónima y clandestina. El texto recogía los poemas antifranquistas escritos por Eugenio de Nora. Para el artista, Pueblo Cautivo era un grito de resistencia, una provocación que costó la cárcel a muchos.

En el estudio realizado en torno a la figura de Álvaro Delgado, vi conveniente llevar a cabo una revisión de los juicios establecidos, en la abundante opinión crítica, sobre este artista, puesto que algunas publicaciones continuaban asociándole con la figuración tradicional, dejando su imagen anclada en la Escuela de Vallecas y en la Escuela Madrileña, cuando ya, en 1955, obtiene el Gran Premio de Pintura en la Bienal de Arte Mediterráneo de Alejandría. Allí, señalaba Figuerola Ferretti, nuestro arte tuvo que relacionarse con el francés. Se presentaron artistas de la talla de Derain o Marc Chagall, entre otros. 

Álvaro Delgado, en torno a los años 60, ante el debate figuración-abstracción se mantiene fiel a una figuración constantemente abierta a las aportaciones de las corrientes abstractas y matéricas. A lo largo de su trayectoria no se dan momentos de ruptura estilística, sino un proceso de continua evolución. Si bien, el cubismo subyace en su obra, se impone el expresionismo que, de una u otra manera, siempre ha estado presente en Álvaro Delgado, tanto por su pensamiento comprometido como por su carácter vitalista.

Para comprender la obra de un artista, según Álvaro Delgado, es necesario conocer sus proezas, todo su azar, ya que eso puede expresarlo artísticamente y nos ayuda a llegar a conocer la clave de por qué su autor hace lo que hace y pinta como pinta. Son muchas las cualidades que le definen: trabajador infatigable, inteligente, conversador brillante, crítico lúcido. A ello se suma una insaciable curiosidad por saber, una desbordante imaginación y sentido del orden poco común. Actitudes que nos llevan a afirmar que Álvaro Delgado es barroco en sus formas, pero clásico en los conceptos. 

En lo referente a la temática, he llegado a la conclusión de que se remite al artista en su universo. En ella une sentimiento y razón, lo ingenuo y lo profundo, lo real y lo fantástico, lo inmediato y lo universal. Pone el acento en el aspecto cultural, como se observa en los títulos de sus cuadros, que resultan imprescindibles para llegar a los principios explicativos de su esencia. Observamos cómo la literatura, la música, la filosofía, la ciencia, la religión, la mitología y la propia pintura, han proporcionado múltiples motivos y recursos a la obra de Álvaro Delgado. A través de sus d’après nos asoma a la historia, mediante continuas referencias a los artistas de diferentes épocas, con el afán de homenajear algunos que considera maestros, y en ese diálogo con el pasado entender el presente. Todo ello nos lleva a hablar de una pintura culturalista.

El paisaje se nos muestra como escenario de vivencias, primero en los alrededores de Madrid, posteriormente, en su “Crónica del Navia” y su “Crónica de la Olmeda”, presenta Asturias y Castilla respectivamente. Para abordar estos dos mundos, que considera complementarios, parte de experiencias concretas sobre las que reflexiona, analiza y se proyecta. En ellas ha ido plasmando los seres que conoce y que admira, los paisajes sobre los que camina, así como los animales que integran los ecosistemas en torno a los que gira y se desarrolla su vida. Por todo esto, sus pinturas son, en parte, retazos autobiográficos. 

Tras su primer encuentro con el paisaje asturiano, en 1954, Álvaro Delgado queda atrapado por el color y la belleza del norte. Sus paisajes son símbolos persistentes de Asturias, la ermita, el hórreo, el caserío, la huerta, el barco, el faro, el astillero etc. El estudio, del artista, sobre la zona recoge todo un ecosistema que agrupa bajo la denominación de «Crónica del Navia». En los hombres del Navia ahonda en sus raíces culturales e históricas, dándose en su obra una conjunción de amor a lo popular y lo culto. Siente una especial fascinación por la mitología popular que asocia al personaje de la bruja de la Braña, al tiempo que, obras como El cojo dela Braña alimentan su curiosidad científica por los estudios ecológicos y antropológicos. En su “Crónica ramirense” se traslada en el tiempo y suma los retratos imaginarios de reyes legendarios descendientes de D. Ramiro, que toman nombres reales y, como un juego de ironía, regresan del pasado D. Pelayo, Favila Alfonso I, Fruela I, Mauregato, Bermuda I, Ramiro, etc. A los que suma mendigos, campesinos, monaguillos, arengadores, etc. 

Cuando en 1965, Álvaro Delgado llega a la Villa de la Olmeda, ésta pasaba por un momento crítico como consecuencia del éxodo rural. El artista se encuentra con una zona detenida en el tiempo. Un paisaje virgen, gentes rudas, fosilizadas. Un mundo que le evoca momentos vividos en Vallecas. En sus cuadros presenta la era como escenario de vivencias y a los campesinos como reflejo de la resignación del ser humano ante las trasformaciones que llevan los avances tecnológicos, sin pensar en los efectos sociales. Es propio de Álvaro Delgado concretar en tema los momentos de crisis, recoger todo aquello próximo a desaparecer. Por este motivo, observamos en su pintura un trasfondo romántico en el sentido de fijar situaciones límite antes de que el tiempo borre su huella. De ahí que, a los campesinos, les transforme en cíclopes resistiendo al tiempo o en quijotes, que permanecen como realidades imposibles en Pastor azul y en Segador gótico. En la Olmeda, la Castilla plena de luz de los primeros años va cediendo ante una visión catastrofista, provocada por el derrumbe de la cultura agraria que cede ante la del ocio, y con ella se hunde el microcosmos que el artista encontró a su llegada.

Álvaro Delgado. Gesto y Color. Montserrat Acebes. Portada del libro editado por Nerea en 2004.

En lo referente al color, Álvaro Delgado coincide con Kandinsky en que, encierra un contenido profundo, asociado a lugares y emociones. Por eso en los paisajes y figuras que integran la “Crónica del Navia” y la “Crónica de la Olmeda”, comienza por utilizar la gama fría y cálida respectivamente. Más tarde, a comienzo de los 80, se va alejando de esa referencia local para expresarse a un ritmo trepidante, en el que la libertad del color no pone límites. 

Álvaro Delgado, en todo momento, deja traslucir un especial interés por el ser humano y toda su problemática. Cuando el hombre pierde valor ante un materialismo sin límites, lo transforma en eje de su obra inmortalizándolo en el retrato. Tema que adquiere una particular relevancia en el conjunto de la obra.Le plantea a modo de diálogo e interpretación. Un diálogo para llegar a lo más profundo del modelo y una interpretación porque, como artista, le posibilita poner en juego su imaginación, y crear un ser nuevo sin dejar de ser él mismo, imponiéndose en ocasiones la calidad artística a la fidelidad al modelo. Álvaro Delgado ha inmortalizado desde las personas más próximas, a las más altas esferas del poder. No obstante, el éxito obtenido con el retrato del Emperador de Etiopía, Haile Selassie, incrementa el dosier de personalidades plasmadas en sus lienzos. En ellas también deja traslucir su amor a la cultura. Son figuras de letras, de ciencias y de otros ámbitos que han dejado huella en su espíritu. En 1973 expone en Madrid, en el Club Urbis, «30 retratos» que suponen la consagración del artista en esta faceta y marcan un hito en el retrato español del siglo XX. Este mismo año es nombrado Académico de Bellas Artes. En el discurso presentado, el 16 de julio de 1974, bajo el título “El retrato como aventura polémica” deja constancia del peso de este tema en su trayectoria. 

Siguiendo la vertiente humanista, Álvaro Delgado valora el deseo de libertad, que asocia al sujeto marginado y el ambiente en el que se desarrolla su vida.  Sentimiento que refleja en los miserables del Navia, en los ácratas y terminará por universalizarse en los negros del Bronx y los mendigos carolingios. Su preocupación por la injusticia está recogida en las ilustraciones del Tratado de la Mendicidad de Gaya Nuño y el compromiso social con la prostitución en su serie de rameras.  No obstante, esos personajes se alejan del drama y nos invitan a reflexionar, adoptando, en algunas circunstancias, tintes cargados de ironía y sarcasmo. En esa inquietud por el ser humano, también se acerca al plano trascendente, de tal manera, que sus mendigos, marineros y campesinos han sido metamorfoseados en “apóstoles”, fabulando con ellos con el fin de hacerles atemporales, a la vez que proyecta su preocupación por la violencia y, partiendo del grabado de Goya, se pregunta ¿por qué? ante la figura de Cristo y la sinrazón de la guerra. En 1974 presenta en la Galería Columela “Doce hombres de la Olmeda, el Cristo y la guerra”.

Álvaro Delgado parte en su obra de la calma para llegar al desasosiego que produce el misterio del origen de la vida y la muerte, sentimiento que ha expuesto en los cuadros bajo el epígrafe de Eros y Thanatos. En esta serie toca la sexualidad como una dimensión más del ser humano, como origen de la vida. Su obra está dotada de una singularidad excepcional. Para adentrarse en el tema, ha buscado argumentos que van desde la ética a la religión, remitiéndonos a una estética arcaica en las venus prehistóricas; al referente mitológico grecolatino en Leda, Dafne o Minerva; desde la vertiente religiosa judeo-cristiana, a Susana y los viejos y desde el lado profano, retoma la figura del voyeur. En Thanatos, aborda abiertamente el temor a la muerte, y desgranando el elemento culto, va haciendo suyo el grabado de Durero, El caballero, la muerte y el diablo, en el que se fundamenta. 

Desconozco con qué tipo de humildad, Álvaro Delgado expresaba frecuentemente que no pretendía aportar nada nuevo, pero, a mi modo de ver, sus lienzos son verdaderos documentos vivos de una época. La obra pictórica de Álvaro Delgado por su extensión, por la renovación temática, por su dominio de la técnica, así como por su fuerte personalidad dentro de las corrientes expresionistas, ocupa un lugar destacado no sólo en la pintura española de postguerra sino en el panorama artístico contemporáneo. Es de destacar su labor en la renovación de géneros, como el retrato y el animalístico, que estaban en plena decadencia en España; su aportación al paisaje, tanto castellano como asturiano, desde la proyección vitalista de la Escuela de Vallecas. También su contribución a la iconografía del arte religioso. 

Es importante resaltar su actuación en favor del arte desde las instituciones, como Académico de España y de Europa; así como la constante colaboración con la crítica de arte aportando sus postulados teóricos. La repercusión de su obra queda reflejada en la amplia bibliografía y su mérito ha sido reconocido ampliamente a lo largo de su carrera, recibiendo las máximas condecoraciones en dibujo, grabado y pintura. Sin embargo, debo apuntar, que su obra merece una mayor acogida en los museos de arte contemporáneo. Hecho que han venido sufriendo tanto él como los pintores figurativos de postguerra. La documentación aportada, la catalogación de su obra y la ingente bibliografía han sido recogidas en la publicación Álvaro Delgado. Gesto y color (Nerea, San Sebastián, 2004).

La pintura de Álvaro Delgado, como arte del siglo XX, siempre ha llevado ese deseo de conectar con el espectador, hacerle pensar, provocar su sentimiento. En los últimos años esta intención llega al extremo de convertirse en un juego que nos invita a introducirnos en el laberinto de la obra. Su expresión caligráfica, de gestos rápidos y veloces, le conduce al borde de la abstracción, generando espacios inciertos repletos de mensajes ocultos y enigmáticos que logran atrapar nuestra atención con el fin de hacernos partícipes y protagonistas de las obras. Su estilo tiene que ver con una libertad de lenguaje que le permite hablar, más que de su verdad y sus conocimientos, de su búsqueda.