
Alfonso González Calero – Miembro de AICA Spain / AECA
Quien nos iba a decir que esta década de los años 20 iba a ser tan asombrosa. Y si, tanto y más que aquella de los 20 AC. cuando se consagró la veneración absoluta a Augusto, desde la configuración definitiva del “prínceps”, y que le otorgó la potestad tribunicia y el poder consular vitalicio. Le dio tiempo y pillería para crear el funcionariado, la policía y los impuestos indirectos, eso con el mayor desparpajo y aplaudido por el Senado.
Tácito ya advirtió que, con astucia y grandes fondos de dineros, tomados algunas veces de las arcas públicas y otras de su fortuna personal, había subvertido la Republica Romana y había transformado el parlamentarismo en un trámite y el sistema en un régimen de esclavitud. Eso sí, con el beneplácito de la plebe y de los magistrados, pues tanto por comodidad como por miedo se convirtió en el tirano perfecto, como bien señaló también Montesquieu y, sirviendo a la postre para otros, como bien intentaron imitar los fascismos del siglo XX, potenciando la figura del líder iluminado.
Lo mejor es que sus adláteres crearon el perfecto y eficaz eslogan de la “Pax Romana”, que dicen duró 200 años, y que hubiera sido tal, si no llega a ser por las “pequeñitas” y crueles guerras civiles, la conquista de lo que hoy son Cantabria, Asturias, Suiza, Baviera, Austria, Eslovenia, Albania, Croacia, Hungría, Serbia, Judea, Galacia turca, Túnez, Libia, Argelia y Marruecos, y las continuas re-fortificaciones y reyertas con los pueblos vecinos del norte y del este. En fin, que la paz quizá sólo fue para los romanos que sacaban provecho económico de la expansión.
Los años 20 es lo que tienen, es un empezar y un no acabar.
Pero incluso dentro de esas décadas prodigiosas en las que se apuntala el imperio del poder y se buscan las maniobras de distracción, surgen oasis de frescura conceptual y espasmos de libertad. En la década de los años 220, el misterioso Amonio Saccas, llamado así porque parece que fue estibador en el puerto de Alejandría, revolucionó los sistemas filosóficos proponiendo las bases del neoplatonismo; así concilió el pensamiento idealizador de Platón con el pragmatismo de Aristóteles, dentro de una orientación ecléctica, pues también incorporó la geometría de Pitágoras, Tales de Mileto y otros matemáticos. Un incandescente batiburrillo intelectual del que además no dejó nada escrito y del que sólo ha quedado algunos testimonios de discípulos suyos como Porfirio, Eusebio de Cesarea o Teodoreto. Pero sorprendentemente su escuela se perpetuó hasta otra década “20”, la del 520, cuando fue proscrita y clausurada por gran Justiniano I, pretendiente a reunificar los territorios del Oriente y Occidente romano, y ese cierre a tan nimio y residual proyecto de pensamiento fue fundamentado en que su base seguía estando en el abierto enfoque del paganismo griego.
Los años 20 es lo que tienen, se abren caminos, pero también se cierran.
Mil años después, en la sorprendente década de 1520, vuelve a sonar la palabra crisis. La etapa se llena de acrecentamiento de líderes, guerras y enfermedad, y así otro imperio con su nuevo orden despega, y el mundo y las relaciones, costumbres y necesidades vuelven a transformarse para siempre, llevándose la peor parte como siempre las clases bajas y el pueblo llano.
En 1520 en la pequeña flotilla española que zarpó de Cuba con 900 efectivos para ayudar a Hernán Cortés, que hubo de salir de najas de la capital mexica, en la llamada “noche triste” tras caer emboscado por el caudillo Cuitláhuac, pues como se sabe, Cortés, pretendía la conquista de los también crueles e imperiales aztecas, viajaba, además de la chatarra del armamento convencional de la época, un arma de mortalidad masiva, que no fue otro que el virus de la viruela, curiosa coincidencia con la actualidad, siendo que en cuanto desembarcaron el virus empezó a multiplicarse desatadamente. En unos meses un tercio de la población indígena pereció, incluido el nuevo emperador Cuitláhuac. Los españoles en poco tiempo pudieron hacerse con México, ayudados eso sí, no solo por la merma del contingente contrario, sino también por las muchas tribus que así se veían liberadas del yugo azteca.
Carlos I se convertía en el emperador más grande en Europa desde Carlomagno. El corredor español iba desde la península hasta Flandes sin pasar por Francia, su archienemiga. Su rey Francisco aliado con el Papa y los venecianos se enfrentaron al poder imperial, y el resultado fue que en 1527 las tropas alemanas y españolas tomaron y saquearon Roma (il sacco di Roma) para cobrarse la soldada que se les debía. Al final hicieron las paces, pero ya terminando la década, en 1529.
Los años 20 es lo que tienen, que no se puede salir de casa sin protección.

Llegados aquí, no se me podría olvidar la década del siglo pasado antes de llegar a la nuestra. El año 1920 empieza con la ley seca en Estados Unidos, y vuelve a mostrarse el orden aniquilador y también el ingenio de los librepensadores.
Los países vencedores de la I Guerra Mundial se instalaron en un desarrollismo industrial y especulador hasta entonces nunca visto, nacía la URSS con la consigna contraria, pero con los mismos resultados, es decir competir por el acaparamiento de materias primas y, las dictaduras hacían furor en el sur de Europa.
La reacción de las vanguardias artísticas y sociales a través de la creación sólo sirvió para poner la situación en evidencia y divertirse de paso un poco, hasta que se produjo el crack de 1929 dando al traste con la algarabía cultural.
En 1920 cuando muere atormentado Frank Kafka, afligido por un mundo de leyes ilegitimas y burocracias laberínticas, que poco habían cambiado desde Octaviano, sino que por el contrario habían aumentado y sofisticado con el tiempo, se publica su obra “A las puertas de la Ley”; en la cual un guardián impide sistemáticamente el acceso a un pobre individuo que va al palacio de justicia en busca de ayuda. Al final el guardián dice el secreto a aquel individuo que ahora yace muriéndose a las puertas del edificio: “la ley era para ti, pero yo debía impedir que llegaras a ella”.
En aquella reacción creativa -luego hablaremos de la que está siendo la nuestra-, los hombres empezaron a rasurarse la barba y las mujeres se cortaron el pelo a lo garçon, se pusieron amplios escotes y fumaban en público. Se impone la moda siguiendo los modelos de Coco Chanel y las costumbres sexuales evolucionan a cierto liberalismo según las enseñanzas de la antropóloga Margaret Mead.
En música y artes plásticas también hubo un revulsivo. El jazz y el charlestón hicieron furor y penetraron en composiciones posteriores. En lo visual, ya lo sabéis, nacieron innumerables ismos: cubismo, neoplasticismo, suprematismo, surrealismo, rayonismo, constructivismo, orfismo, etc.
Como se sabe, en 1929, con el crack bursátil, se acabó la fiesta. Es lo que tienen los años 20.
Cuanta similitud se encuentra entre esas asombrosas décadas y la nuestra que ya va acabar.
Aunque ahora es todo más grande, más desarrollado, más gigantesco; los órganos de poder acrecentados en macroinstituciones, sofisticadas luchas de hegemonía geopolítica, hipertrofia de las leyes debido a sus paradojas de contradicción y su número desmesurado, ciclos de producción y consumo forzados a la superaceleración y agotados por inviables a medio plazo, además, para rematar el paradigma, una población mundial nunca vista, que sigue creciendo, medida ya en varios pares de miles de millones.
Pero como en 1520 un virus altamente virulento, fortuito o programado, selectivo por oleadas y de mortalidad eficaz, va a ayudar a que el nuevo imperio se establezca, y ya se estén produciendo cambios en nuestras vidas para siempre.
Está siendo tan asombroso como en aquellas décadas anteriores, así por un lado se siente la acción ocultadora y la presión censora de la autoridad y por otra la capacidad de adaptación e ingenio de la población para sobrevivir, además de nuevas costumbres que están sirviendo para un nuevo y favorecido afloramiento cultural.
Entre esas nuevas realidades, nombraré algunas antes de comentar la veneración suscita actualmente sobre las artes plásticas y sus artistas, pareciendo que se ha instalado un novísimo orden que solo se verá alterado por el fin de la década. Actualmente algo más de la mitad de la población ya vive de los Estados, pues ni había trabajo, ni era posible los contactos entre personas, limitando en exceso la capacidad de producción. El mecanismo para conseguir flujos de dinero que satisfacen dichas rentas pasivas no fue otro que la venta, al nuevo imperio, de los derechos de dominio y explotación de la Luna e hipotecando parte del resto del sistema solar. Con este nuevo status quo las amplias poblaciones de desocupados tienen las rentas para seguir consumiendo, aunque eso sí, ahora en forma de cartilla de racionamiento y el imperio se ha asegurado el suministro de materias primas para su desarrollo.
Otro gran cambio es que la gente se suele morir en sus casas, pues acudir a los hospitales no es nada aconsejable, tanto por tratarse de focos de contagio, como por la distancia con la que se producen los tratamientos, así que los familiares de los finados pueden volver a velar a sus muertos en casa, solo basta con retrasar veinticuatro horas el aviso de defunción.
También vivir en un pueblo o una aldea pasó de ser algo atrasado e ineficaz, a convertirse en cosa cool, pues teniendo rentas aseguradas o teletrabajo, se consideró mucho más seguro, bucólico y hasta interesante vivir en el campo, que seguir en las grandes ciudades ya tan contaminadas. Igualmente, tanto en un sitio como en otro proliferaron los huertos caseros y todo aquello que evitase el contacto interpersonal.
Sorprendente así mismo ha sido que grandes capas de la sociedad se dieran cuenta de que la solución no era distraer el desamparo, es decir consumir el tiempo rellenándolo con actividades de ocio vacías o viajes programados y baratos como en décadas anteriores, realizados sin ningún motivo y con tal rapidez que apenas quedaba en el recuerdo más que el asiento del medio de transporte en el que se había realizado. Ahora el desgarro de vivir, que además venía acompañado de la incertidumbre del contagio, se paliaba con estudio y cultivo del saber, aunque hay que reconocer que también aumentó la ludopatía.
Los museos, ante la imposibilidad de poder admitir visitantes en tromba, optaron o por crear líneas online que satisficiera a esa población ávida de cultura, donde además de mostrar los contenidos se facilitaba material para completar formación en convenios con universidades, o, los más dados a lo comercial o a la fácil implantación, se convirtieron en platós de televisión o de series de moda.
Pero lo realmente asombroso fue que una gran mayoría quiso rodearse en su casa de bellos objetos, siendo que los producidos por la Bellas Artes fueron los favoritos para tal cometido, favoreciendo un sorprendente renacer para todas las tendencias artísticas.
Los artistas fueron no solo reconocidos en sus quehaceres, como se había reivindicado en décadas anteriores, sino que pasaron a ser venerados y seguidos como ejemplo de compromiso y búsqueda de las armonías tanto interiores como exteriores que tanto necesita el ser humano para su pleno desarrollo, y la poesía brilló en los salones.
Así a medida que los creadores iban produciendo series completas u obras aisladas se entregaban a los nuevos propietarios que habían aguantado en lista de espera tan preciados bienes.
El arte se desarrolló en gran medida en todos los sentidos. El videoarte tomo las formas de la radio, o mejor dicho de la locución de contenidos, que además el espectador podía elegir y cambiar, e incluso sustituir con su propio guion. Y esto fue así porque, a falta de contactos físicos, el poder interactuar en estos eventos se convirtió en algo tan necesario como fructífero.
Igualmente hubo un renacer de la pintura, pues teniendo más consideración y tiempo, muchos artistas resolvieron volver al reto de conjugar las imágenes artificiosas o en trampantojo con los pensamientos o conceptos mágicos de la representación. Hubo figuración y abstracción, pues tanto da si la obra es realizada con el rigor de la invención original.
Con soporte tridimensional, también recuperó protagonismo la fotografía que se mostraba en muchas ocasiones en pantallas cubicas, que, dependiendo del tamaño, proyectaban las imágenes por fuera o por dentro, siendo las más espectaculares las segundas, pues implicaba que el espectador tuviera que introducirse dentro del cubículo y por tanto quedar inmerso en las imágenes que visionase. La escultura también evolucionó hacia una condición modular, influida por la arquitectura, y las esculturas se ampliaban o disminuían al gusto, dependiendo del espacio que fuera preciso estructurar e incluso habría que decir, embellecer.
También intervenciones públicas en la ciudad o en el campo fueron habituales, incluso grandes edificios cambiaban de fisonomía cada cierto tiempo como producto de las grandes proyecciones que se mantenían sobre ellos. El land art adquirió una relevancia insospechada, pues mucha población que se desplazó a los pueblos eran artistas que intervenían en sus inmediaciones, sobre todo en épocas de cambio de ciclo agropecuario.
En fin, de nuevo la reacción a la alienación imperante en las relaciones sociopolíticas, no derivó, salvo con puntuales saqueos, hacia revoluciones sangrientas, bien por miedo o por comodidad, ambas condiciones facilitadas con generosidad por el sistema, como bien ya enseñó César Augusto, sino que el corpus de la esencia de la libertad de los individuos se estableció en una derivación creativa, siendo el ingenio y la picaresca la respuesta a las imposiciones impostadas de las jerarquías, acercándose el resultado a las diatribas filosóficas de Amonio Saccas.
Esta descalabrada y asombrosa década, consagrada al cultivo de la reflexión, la experiencia intima, la expresión vital y la desgarradora belleza, terminó, no obstante, barrida de un plumazo y desapareció en poco tiempo. Todo lo construido con la perspicacia artística y al margen de la ley acabó en el año 2029, con la irrupción de la incorporación masiva a la población de un chip de intervención biológica, que supuso el control de la gran pandemia y el de otras muchas enfermedades y pensamientos. Esto propició la vuelta masiva al trabajo, la dirigista distracción populista y el consumo exacerbado de bienes inservibles. Se acabaron los asombrosos años 20.