
Tomás Paredes – AICA Spain / AECA
Escribir una novela de 548 páginas, con lenguaje espléndido, vocabulario feraz, contenido culto, ritmo y denodada búsqueda de belleza es una transgresión, una provocación. una protesta. Es lo que ha hecho Carmen Pallarés -poeta, escritora, ensayista, pintora, cantante de coro y compañera en la crítica de arte, miembro de AECA-, escribiendo contra la precariedad.
El sol azabache de la melancolía, rubro de la novela, es un canto a la amistad, entre un hombre y una mujer, que se desarrolla, obsesivamente, en el marco de la actividad de una residencia para personas discapacitadas: un ambiente duro y exigente. ¡Es llamativo el conocimiento de la autora en tantas opciones materiales y espirituales: medicina, gastronomía, bares, filosofía, poesía, música, canto, helenismo, artes!


¿Acaso no es una oda a la melancolía, una dulce queja de un alma solitaria? Importa el qué, mucho más el cómo. Una palabra para cada sensación y cada impresión en su expresión exacta. ¡Cómo se puede escribir tan bien! Aunque, las cualidades positivas jamás son excesivas: nunca se es demasiado bueno, demasiado culto, demasiado justo, demasiado limpio, demasiado llano. Las negativas, sin embargo, por mínimas que sean, siempre exceden la decencia, la prudencia, la dignidad, la hombría, la limpieza.
Un pintor y poeta traba amistad con una novelista y tejen un monumento a la amistad, a la fidelidad, a la transparencia a lo largo de una trama misteriosa. Es cine dentro del cine, es decir, se va explicando cómo se hace una novela al tiempo que se va construyendo la novela; una pretendida obra al alimón, pero sólo escriben unas manos.
Quinientas cuarenta y ocho páginas trufadas de citas y acápites de Jenófanes, Eurípides, Aristóteles, Homero, Plutarco, Alceo, Sófocles, Empédocles, Arquíloco, Anacreonte de Teos, Safo, Pitágoras, Hipócrates, Orfeo, Platón, Alceo, Teognis de Megara, Epicteto, Hesíodo o Esquilo, el majestuoso poeta que hizo florecer la pintura de Francis Bacon, no es un asunto baladí.
La Ilíada, la mitología griega, amén de los románticos de toda laya y condición, de los fundadores de la poesía moderna. Y no digamos nada de los compositores, en especial lo más monumentales. Y pintores y dibujantes. Carmen no puede disimular sus dotes plásticas, ni sus conocimientos de técnica y de historia del arte universal, su pasión armónica y mélica.
El sol azabache de la melancolía es un alegato descomunal, perfecto, insistente, contra la barbarie que nos rige y atosiga, contra la deshumanización. Más allá de una novela de tesis, Pallarés ha escrito una confesión: natural, fluida, sin el objetivo de una Anábasis.
El título da para un libro: El sol azabache de la melancolía. Cuarto verso, primer cuarteto del soneto, Desdichado, de Gérard de Nerval. En 1854, Nerval publica Les filles du feu, con un apéndice, Les Chimères, donde está soneto Desdichado, así en español. Desde su tiempo, influyente como no podemos imaginar. Y T. S. Eliot en su Tierra Baldía – Tierra Agostada, como prefiere Ricardo Silva Santisteban, en el verso 429, introduce: Le prince d’ Aquitaine à la tour abolie, segundo verso del primer cuarteto del mencionado famosísimo soneto nervaliano.
En traducción de Alejandro Bekes, el primer cuarteto:
Yo soy el Tenebroso, el viudo inconsolado
De la Torre Aquitana señor sin dinastía.
Mi única estrella ha muerto; mi laúd constelado
lleva en si el negro sol de la melancolía.
Ese soneto, prestidigitador de sueños y emociones, ha sido traducido a nuestra lengua por Octavio Paz, hasta en tres versiones; también por Xavier Villaurrutia, Juan José Arreola, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Tomás Segovia…
No es la única ocasión en que Nerval, pseudónimo de Gérard Labrunie (1808-1855), aquel que dijo antes que Rimbaud Je suis autre, lúcido y loco, vividor y suicida, recurre a esa metáfora. En Voyage en Orient, 1851, aclara: “El sol negro de la melancolía, que derrama sus rayos oscuros sobre la frente del ángel soñador de Alberto Durero, se levanta también a veces en las llanuras luminosas del Nilo”.
Carmen Pallarés, en ese cosmos precario y de encuentros atrabiliarios, disecciona la anatomía de la melancolía, un sol negro, que pesa en nuestras alas, impidiendo el vuelo. Lo que pretende ser luminoso, acaba siempre en tenebrosa noche, con nubarrones y ventoleras oscuras, con sufrimientos y huidas, en una prosa triunfal, que transcurre como el agua de un riachuelo, cristalina y burbujeante.
Varios personajes dejan su ámbito de confort y se entregan a una vida alejada de sus intereses, que acaba haciéndolos otros. ¿Seríamos los demás capaces de tal hazaña? Algunos sólo ejercen un trabajo alimentario. Hay muchas situaciones que me recuerdan la poesía doliente de Miltos Sachtouris, la música de Schönberg, el viaje del Alighieri. Análisis de una amistad, que termina en suceso: una desaparición enigmática, intrigante.
La lectura no es fácil, pero cuando acaba, nos produce una especie de orfandad, porque querríamos seguir sabiendo más de estos seres, tan separados y tan unidos: Pavel Vidal y Margarita, Margot o Maló. Digamos los protagonistas, aunque el protagonismo es de esa residencia de pacientes y sus cientos de historias. Para mí, el leitmotiv por excelencia de esta novela, Abedul Ediciones 2022, es su escritura, cómo están repujadas las frases, cómo están ubicadas las palabras, cómo están esculpidos los sentimientos.
Carmen Pallarés escribe trazando el mapa sutil de una melodía azul de Dylan. Entre sus libros de poemas: La llave de grafito, ABBA, Caravanserai, Luces de travesía, Esgrima, Partitura adelante, Camino de mi palacio…Colecciones de cuentos y ensayos sobre arte, uno magnífico a cerca de la obra de Marta Iglesias, Un reino nítido.
Para Georg Trakl, la vida del hombre no es más que un peregrinaje que finaliza con la muerte. Aquí vemos parte de ese viaje de muchas almas privadas de destino -otra idea de Trakl-, a través del instrumento de la melancolía que aboceta con solercia el crepúsculo de tantas almas. La melancolía también es una herramienta de conocimiento.
En El sol azabache de la melancolía – ¿podría considerarse una historia de amor perdida? –, se purifican las almas, se sajelan los espíritus, a través de la actitud y la decisión de personajes, que se entregan, solidarios, a cambio de estar bien consigo.
En los talleres creativos a los que se alude en la novela, se discute la idea de Beuys, y se matiza: todos podemos ser creativos, no todos somos artistas. No hay arte sin creatividad, pero no toda creatividad es arte. Novela atípica, no tópica, que nos relata sensaciones y nos hace vivir emociones con una extrema elegancia, de estilo, de ambiente, de finalidad.