Pepe Lucas, el pintor de los poetas

Tomás Paredes – AICA Spain / AECA

Casi a hurtadillas, leyendo un artículo de su hijo, Antonio Lucas, casi en clave, me entero del fallecimiento del pintor y escultor Pepe Lucas, ¡retratista, amigo y lector de los poetas! Hoy la alegría está de luto, porque Pepe era la alcándara donde se posaba la campechanía, la espontaneidad, la diafanidad y la ternura, a pesar de su apariencia volcánica y rotunda, de su pronto borrascoso.

Aunque no lo crean, pocos son quienes le desconocían, porque, antes o después, todos hemos pasado por la estación de Chamartín y él es el autor de sus decoraciones murales y parietales en azulejos. Pintura expresionista, vivaz, colorista, gestual, imperiosa. Y, lo que es la vida, estaba supervisando el desmontaje de algunas de esas piezas, por las obras de la estación de Chamartín, sufrió una caída y tuvo que ser ingresado en el hospital sin llegar a superar la dolencia producida. De modo que ha muerto ante su obra y por su obra, el lunes 23 de octubre. ¡Helas, a veces el destino se porta!

José Lucas Ruiz, conocido como Pepe Lucas, nació en Cieza en 1945 y en su pueblo comenzó a pintar y a aprender el oficio con el escultor Juan Solano. Pasa por la Escuela de Artes de Murcia. Se instala en Madrid, 1969, y asiste al Círculo de Bellas Artes y a la Escuela de San Fernando y aquí, en la capital vivirá y desarrollará su obra, con plural presencia en la región de Murcia. 

¿Por qué el pintor de los poetas?  Su estancia alemana le impregnó de expresionismo, pero en Madrid estableció relación con Luis García-Ochoa y con Francisco Mateos, de cuyas obras se nutre, pero mucho más de Sam Francis: estos son los aromas que conforman el perfume de su idiolecto. Expresionista sui generis, entre figurativo y abstracto, pero augural y espléndido colorista. ¡Él solito, Pepe Lucas, era nuestro grupo COBRA!

No todos conocen su relación con los poetas y la poesía. Dibujó y retrató a los poetas del 27, a muchísimos de la generación del 50 y a otros escritores famosos o no tanto. La alegría está de luto, también el Café Gijón del que fue asiduo toda su vida, excepto en los últimos tiempos. Allí participó en las tertulias e intimó con: Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Aleixandre, Guillén, Oroza, Jesús Hilario, Bousoño, Pepe Hierro, Claudio Rodríguez, Pepe Caballero Bonald, José García Nieto, Luis Jiménez Martos, Eladio Cabañero, Manolín Pilares, Ángel García López, Paco Umbral, Miguel Ángel Velasco… a todos ellos los dibujó o pintó y a los del siglo de oro y a los del 98, con homenaje expreso a Azorín en una carpeta espectacular de serigrafias y textos. 

Al “Gijón” le llevó Enrique Azcoaga, poeta y crítico de arte, que le descubrió y alentó. En el planeta del “Gijón” reinó, desde el inicio a la retirada de Antonio Granados, en cuyos homenajes participamos. Luego Granados se enfadó, pero Pepe fue siempre un caballero y tuvo con él una conducta humanitaria, leal filial. Jaime Siles, ese monumento al buen juicio y al saber, le hizo un poema y estuvo muy cerca de su persona y de su obra; como Miguel Ángel Velasco. Viola, Bepo, Ángel González, Pepe Esteban, Manolo Álvarez Ortega, Marcos Barnatán, Leopoldo de Luís, Manrique de Lara, Buero, Pérez Creus, Villena, Javier Villán…

He hecho ahora memoria de sus exposiciones y trabajos y tiene una obra impresionante en cantidad y en calidad, en presencia y dimensión. Obra que es un grito cromático, abigarrado, jerárquico, vitalista: la ornamentación de Chamartín, La arquitectura del agua en Santomera, El retablo de la lujuria; las exposiciones del Almudí, de la Aurora, de la Ribera, de Biosca, Minotauro en el Conde Duque, 2005; el libro, impresionante, Aire más allá del viento, 1997; sus murales en Cieza, Asamblea Regional de Murcia, Confederación Hidrográfica del Segura, obras en la factoría El Pozo en Alhama. 

Sus escritores de cabecera fueron Miguel Logroño, Juan Antonio Molina y Miguel Ángel Velasco, pero no puedo silenciar el análisis de esa inmensa poeta que es Carmen Pallarés, en ABC: “Lo extraño, lo esperpéntico, lo barroco y amalgamado, lo desasosegante, lo instintivo va desplegando en estas obras sus distintos calibres, entre la ironía y una cierta ternura, dentro del reino del color, en cuyas elecciones y combinaciones Lucas es un maestro”.

Pintor, escultor, muralista, colagista, escenógrafo; arquitecto del humo y del agua; banderillero de Apolo, soñador de la verónica; pasa un año becado en Ulm-Donau, 1971, y regresa para presentar su obra en la Sala Rosales de Madrid, 1973. Premio Exposición Nacional de Pintura Joven, en los setenta obtendrá varios galardones: Premio Adaja, el Ciudad de Murcia, Premio IV Bienal de Arte de Marbella y en 1984, Premio del Congreso de los Diputados. 

Le conocí, no con la cintura de un torero, pero ágil como un pincel. Fue echando cuerpo y a media que embarnecía su humanidad se desbordaba, como el gesto multicolor de su pintura. Impulsivo, enérgico, empático, simpático, piropeador, era una almáciga de cariños y ternura, que chapoteaba en la fontana de su humildad. Pareciera sobrado, pero sólo era fachada, el corazón le bailaba el ritmo del lamento de un acordeón que nostalgia en el alfoz. 

Era un gran comunicador, socializaba con todo el mundo, hasta con los de la Juventud Creadora. Laico, veraz, entero, liberal, se entregó al arte y a la vida, fue un himno a la alegría, un personaje culto sin pretender ser un erudito. Tuvo sus silenciadores, pero ninguna semilla audaz deja de germinal, aunque caiga en un empedrado. Ha sido inhumado en el aire y eso le facilita seguir volando a través de los aullidos cromáticos de su imaginario. La poesía que hizo y amó le tendrá siempre a salvo, prendido en los pliegues del canto. Acompaña a estas palabras, la fotografía que le hizo Enrique Martínez Bueso para La Verdad, en 2012.